Son muchas las ocasiones en que
los padres consultan con preocupación porque su hijo miente; miente en relación a
sus logros escolares, niega hecho evidentes…etc. Con demasiada frecuencia padres y educadores se precipitan a juzgar, apresurándose a extirparla de
raíz.
No obstante estos comportamientos
merecen
ser pensados, además desde un punto de vista extra moral, buscando el
significado de los mismos más allá de su correspondencia con determinada
realidad. Merece la pena suspender por
un momento el juicio que nos arrastra a la alarma y contemplarlos desde otro
punto de vista.
Para todo ser humano, en
determinadas ocasiones, mentir es un
modo de ser alguien frente al vacío inmenso que se experimenta. En el caso de los niños adoptados a veces mentir es
aparecer como un niño más ante los otros niños de su entorno y responde a la
necesidad de integrarse o adaptarse con los iguales y con sus
padres, ocultando sus carencias o sus dificultades. Si los problemas son el
modo que tiene el niño de enviarnos un mensaje, de decirnos una parte de la
verdad de lo que le ocurre, el síntoma de la mentira o la fabulación podemos decir que muestran, en gran número de
niños, la necesidad momentánea de mantenerse ligado a ese mundo nuevo que le
rodea, digamos que necesita este síntoma para no caer en un vacío inmenso del
que hablábamos antes: no tener nada, no ser nada…, por lo que resulta evidente
que necesitan mentir.
Las mentiras deberían hacer reflexionar a los padres en
lugar de indignarles. Es un grave error dar a tales comportamientos infantiles el
calificativo de inmorales. Estemos
atentos al motivo por el cual el niño recurre a estos modos de actuar antes de
censurar y castigar. Los síntomas que vemos en nuestros hijos y que nos
disgustan merecen un tiempo de espera y de diálogo entre los padres antes de
darles un carácter moral reprobable.
Juan Alonso Casalilla Galán. Psicólogo. Psicoanalista.
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