viernes, 18 de mayo de 2012

LA ADOPCIÓN PARA EL MENOR: LO QUE IMPLICA DE CARA A SU CRIANZA Y APRENDIZAJE.


Juan Alonso Casalilla Galán. Psicólogo. Especialista en Adopción
RUPTURAS Y CARENCIAS.
No debemos olvidar, que detrás de todas  las adopciones existe una historia de abandono y carencias. Esto es precisamente lo que motiva a las autoridades a tomar la medida de separación de la familia de origen.  Y que por otro lado la adopción en sí misma, más allá de apuntar a un pasado de desamparo y maltrato, supone una ruptura existencial para el menor.

Por lo tanto a la hora de trabajar con los niños adoptados y sus familias es necesario siempre traer al presente estas dos circunstancias generalizables a los mismos:

LA RUPTURA

·        Los niños que se incorporan a la familia por medio de la adopción han establecido vínculos afectivos previamente, han creado su propia historia, traen consigo multitud de experiencias y vivencias sobre las cuales han construido una identidad. Identidad que les sostenía en su existencia anterior.
La adopción está marcada por una profunda y rápida discontinuidad.  Quienes crían y educan no son quienes han concebido y engendrado. El ambiente en que se va a producir el desarrollo es muy diferente del ambiente inicial. Lo que habitualmente es un factor de riesgo (la discontinuidad, representada por la medida de protección que separa de la familia) se convierte en requisito  previo a la  protección necesaria.

·        En las condiciones habituales, niños, niñas y adolescentes no adoptados crecen en medio de una gran continuidad.  Normalmente, la continuidad se considera un factor de protección importante. La continuidad del ambiente, de las normas, de las personas en quién confiar y dirigirse.   

LAS CARENCIAS 

·        Que el entorno que ha rodeado a los niños no ha sido el adecuado para la satisfacción de las necesidades propias de su desarrollo, han sufrido desatención y maltrato (situaciones inherentes a la toma de medidas de protección). Además pueden haber pasado cierto tiempo en  instituciones con pocos recursos lo que tendrá sus implicaciones para su salud y desarrollo evolutivo.

Estas dos circunstancias nos hacen ver que el proceso de integración  a la nueva realidad es muy complejo para los niños procedentes de la adopción internacional pues dejan detrás de sí todo aquello que les era conocido para enfrentarse a una realidad totalmente nueva.El menor viene de tenerlo todo a no tener nada”.

Con demasiada frecuencia los profesionales que trabajamos en el ámbito de la infancia protegida hacemos hincapié en las heridas emocionales sufridas por el maltrato y la negligencia en los cuidados de que han sido objeto, la ausencia de figuras de apego estables y que sirvan de sostén a  su desarrollo evolutivo, las secuelas producidas por los más o menos largos períodos de institucionalización, el origen marginal o estigmatizado de sus progenitores…etc.  Esto es sólo  una perspectiva de la verdad, perspectiva que debemos saber interpretar a la hora de relacionarnos con el niño. 
Vemos como además de las carencias y dificultades que existen en el pasado del niño, es necesario tener en cuenta que la adopción en sí misma produce una ruptura en la continuidad vital.
La visión ingenua de que el niño siempre irá a mejor o que simplemente al ser ubicado en un ambiente más propicio será suficiente es un modelo muy precario para entender la adopción.
La mayoría de los profesionales en el ámbito asistencial y educativo estábamos acostumbrados a trabajar y estudiar poblaciones en las que predomina la continuidad.
Así detrás de las problemáticas que aparecen se encuentran una interacción compleja de estos dos factores. No podemos en ningún modo entender las problemáticas múltiples que encontramos como resultado de la única y exclusivamente de una carencia o déficit inicial.


sábado, 5 de mayo de 2012

DEVOLUCIÓN DE MENORES EN ADOPCIÓN


Juan Alonso Casalilla Galán. Psicólogo especialista en Adopción.

 
Una palabra, reflejo de una actitud.
 
 
Todavía seguimos contemplando con horror la utilización del término "devolución" para referirse al abandono de niños cuando éstos se han convertido en hijos por la vía de la Adopción.
 
Más allá de denunciar algo que es obvio: sólo se devuelven objetos adquiridos y no personas con las que nos une una filiación, la profusa utilización del término en la prensa, sin el escándalo oportuno que correspondería, debe invitarnos a pensar el hecho de que quizás refleje una actitud arraigada en nuestra sociedad donde el vínculo adoptivo se pone en cuestión.
 
Imaginemos que aparecieran titulares del tipo: "Cada vez son más los hijos que devuelven a sus padres a los servicios de atención al mayor"..."Cada vez son más las mujeres que devuelven a sus maridos a sus familias de origen...". Evidentemente nos parece grotesco.
 
Es tremendamente negativo para las familias que han adoptado   tener que leer este tipo de titulares, los cuales cosifican al niño adoptado y contribuyen negativamente a generar una actitud confundida y perniciosa en relación a la paternidad adoptiva.
 
Cuando los padres dejan de ejercer las responsabilidades parentales de manera intencionada, abandonan no devuelven.

No obstante y señalado lo inadecuado de la palabra dirigiremos nuestra atención a los casos más graves, en los cuales la conflictiva familiar desemboca en el abandono del menor previamente adoptado.

Las investigaciones que han dirigido su mirada a este fenómeno  muestran a nivel cuantitativo, datos que van desde una tasa del 1´5 % al 10% de abandonos según las muestras y entornos elegidos para investigar (Berástegui 2005). No obstante en esta comunicación nos ocuparemos de las narrativas de las familias que en nuestro servicio pasan por esta circunstancia, lo que nos permitirá reflexionar conjuntamente sobre dos aspectos importantes:
 
  • ¿Cómo saber que procesos operan desde el punto de vista de los adultos en el momento del comienzo de la convivencia que dificultan su capacidad para erigirse en figuras de referencias estables y seguras, capaces de sostener su crecimiento?
  • La importancia del sentimiento de pertenencia mutua, filiación. De cómo esta necesidad de pertenecer (ser filiado por esas personas que no le engendraron) puede entrar en conflicto con la necesidad de apego seguro, representada hasta el momento, por los padres adoptivos.
En primer lugar dirigiremos nuestra mirada a las crisis en la incorporación inicial que desembocan en la ruptura de la convivencia incluso antes de la propia constitución del vínculo.
En segundo lugar orientaremos nuestra atención a las crisis más tardías cuando el menor llega a la pre-adolescencia o a la adolescencia y la convivencia se torna imposible.    
En el primer caso nos estamos refiriendo a las situaciones que han desembocado en el abandono del menor antes de cumplido el primer año de convivencia. Estos casos se presentan en los servicios de protección con manifestaciones, que salvando la singularidad de cada caso, presentan similitudes que pueden ayudarnos a pensar algunos aspectos de la filiación adoptiva.
 
Desde la perspectiva de las familias, el problema detonante aparece la queja de que el menor presenta una conducta problemática que compromete muy seriamente el funcionamiento familiar. Las quejas más habituales hacen referencia a conductas agresivas y/o sexuales inapropiadas. El niño se muestra especialmente violento con sus padres y hermanos cuando no consigue lo que quiere o ante las más ”mínima” frustración, con frecuencia es el hijo preexistente al que se quiere proteger, pues queda comprometida seriamente su educación e incluso corre peligro físico, peligro físico del que no son ajenos los padres.
 
Así las conductas inadecuadas: agresividad, desobediencia, robos, indisciplina…etc. son descritas como “incontrolables”. Sin embargo esa conducta no concierne a la familia, no tiene nada que ver con lo actual de las relaciones establecidas. La problemática es atribuida a procesos traumáticos y aprendizajes de su anterior vida, de su anterior situación, es una herencia patológica, nada tiene que ver con la relación actual establecida con el niño. Algo muy patológico y extraño se ha introducido en sus vidas…la única solución en estos casos es la renuncia, el abandono de ese hijo.
 
El diagnóstico más frecuente que desde los sistemas de atención se da en estos casos es el de hiperactividad, trastorno de personalidad.
 
La explicación que da la familia, es reduccionista; el menor padecía y padece unos trastornos conductuales que no pueden ser abordados, estos ponen en peligro la estabilidad de la familia, y la convivencia se torna imposible. Esta lectura de los hechos es avalada en muchas ocasiones por profesionales de la psicología y la psiquiatría a través del diagnóstico el cual se convierte en explicación de lo que ocurre.
 
Sin descartar el peso que la historia , los trastornos y dificultades que el niño con una historia de desamparo puede padecer, y que sin duda hay que tener en cuenta a la hora de integrarlo en las familias, es necesario tener también en cuenta: el marco relacional que el niño se encuentra en la actualidad (el cual viene proporcionado fundamentalmente por las relaciones actuales establecidas), el trauma que supone en sí el hecho de la adopción (al margen de la historia y origen del niño), lo que la familia espera de él y si esta familia es capaz de establecer un relación actual con ese niño singular y concreto que supone una renuncia a ese niño que imaginó.
 
La capacidad para hacer ese tránsito entre el niño que se espera, y lo que se espera de él, al niño real que llega, con sus demandas concretas y sus peculiaridades por historia y origen, así como la relación actual que establezcamos, va a ser clave a la hora de que la integración tenga éxito o no.
 
En los casos más graves, vemos que los padres no han podido fundar una relación en ese encontrarse con lo extraño que no esperan, requisito imprescindible para establecer una relación, crear un vínculo con otro radicalmente distinto y no con la imagen interna idealizada que se tiene del niño antes de llegar.
 
Vemos que el proyecto de adopción de la familia, reservaba un espacio muy estrecho al niño por venir. Descubrimos en ese momento que le pedimos que sea el compañero ideal de juegos, compañía de nuestro hijo único, la niña ideal frente a los demás hijos varones, el niño que nos hace olvidar que tenemos problemas de fertilidad…etc.
 
Pero difícilmente el niño que vendrá y que reclama como cualquier otro ser humano, un lugar en el mundo, un espacio de pertenencia, una familia con la que sentirse identificado y que le identifique, que respete su origen e historia singulares, encajará en proyectos tan estrechos y cosificantes, donde las expectativas se convierten en guiones no negociables, en mandatos a cumplir.
 
Tentativamente podemos avanzar algunas de las causas que aparecen, entre las cuales podríamos destacar: La rigidez de las expectativas de relación y el extrañamiento de la conducta del hijo por atribución (en exclusiva) al pasado de los aspectos negativos que aparecen en la relación y sobre todo ausencia de preguntas sobre las condiciones actuales de la relación.
 
En casos de rupturas tardías, asistimos, bien es verdad que cada vez con menos sorpresa, a que el menor que ha venido creciendo con relativa normalidad en el seno de su nueva familia, casi desde la cuna, empieza a presentar problemáticas de rebeldía extrema, conducta antisociales, robos, vinculación con grupos marginales…etc. Conductas que se tornan incontrolables por parte de los padres, deterioran la relación y acaban con el niño/a en el sistema de protección.
 
La posición de los padres en parecida a la descrita en los primeros casos. Sin embargo aquí vemos que los padres sí han podido cuidar, proteger y asumir los retos de la paternidad “hasta cierta edad”. Sin embargo esto no ha sido suficiente como para construir un vínculo lo suficientemente sólido como para soportar el tránsito de niño a adulto, así como los requerimientos de una incorporación social más amplia y compleja que cuestiona su manera singular de estar en el mundo.
En estos casos sí contamos con la “versión” de los chicos, muchos de ellos nos relatan desde su punto de vista como se han sentido siempre “ajenos” a su nueva familia. Una familia que les ha cuestionado cuando han elegido pareja o profesión “muy por debajo de lo que sus padres esperaban”. Que han podido percibir la vergüenza en la actitud de sus padres cuando otros señalaban su condición de adoptivos y/o su diferencia étnica. Padres que han sido incapaces de sostener sus angustias, dudas, miedos y preocupaciones en relación a su historia y vínculos pasados. Son chicos que dicen haber encontrado en otros la aceptación y la comprensión que nunca encontraron en sus familias.
Muchos adolescentes encuentran esa sensación de valoración, aceptación y pertenencia fuera de la familia, lo que es fuente de muchos desencuentros.
Esta casuística pone en primer plano que el vínculo paterno filial no sólo implica que los nuevos padres sean capaces de convertirse en una figura segura y confiable que sea capaz de cuidar y educar, sino que además y esto es adoptar en último término, filiemos a ese hijo de otros, que le hagamos de nuestra familia, que surja ese sentimiento de pertenencia mutua.
Además de cuidar, proteger y educar, la adopción supone que filiemos a ese hijo de otros, que sea “uno de los nuestros”. Pues llevará los apellidos de su nueva familiar, lo que implica que será su representante frente a los demás.
Más allá del apego y del trato adecuado, en la Adopción no así en otras figuras de protección, se tiene que dar en el niño un sentimiento de pertenencia que hará hijo al menor que en su día fue asignado.
Es por lo que no podemos dejar de mencionar esta dimensión que es determinante en el proceso de incorporación a la familia adoptiva y que trasciende a las vicisitudes de la incorporación inicial; el sentimiento de pertenencia, ya que con respecto a la adopción se viene insistiendo profusamente en aspectos de vínculo-apego, buen trato, manejo eficaz de la conducta, dejando de lado un aspecto que es quizá el “más humano”.
Es importante tener en cuenta que a medida que el niño crece y su círculo social se amplía esta dimensión cobrará más importancia, pues sus relaciones y contactos se harán más complejos y le permitirá identificarse, como hijo nuestro, en su condición de adoptivo, frente a los demás.
Para el niño, como para cualquier persona; pertenecer, tener una identidad, un ser, un lugar en el mundo, puede llegar a ser, en un momento de su ciclo evolutivo más relevante que ser “bien cuidado”.
Estos casos de abandonos tardíos ponen de manifiesto el cómo se hace necesario contemplar los procesos de interacción compleja entre las necesidades de apego de los menores y las necesidades de aceptación y pertenencia a lo largo del ciclo vital de la familia adoptiva.
Las dificultades de las familias adoptivas para conjugar estas dos necesidades de los hijos quizá radiquen en la dificultad para asumir que la condición adoptiva forma parte intrínseca del vínculo con sus hijos y comprometen seriamente sus capacidades para acompañar a sus hijos, desde su incorporación hasta la vida adulta, a descifrar cual es su significado, pues todo lo que viene de atrás, de su historia, de su familia biológica es vivido como algo dañino y ajeno.

jueves, 3 de mayo de 2012

ADOPTAR. EL CAMBIO DESDE LA PERSPECTIVA DE LOS PADRES.

Juan Alonso Casalilla Galán. Psicólogo. Especialista en Adopción.

La incorporación del nuevo miembro, no sólo supone un esfuerzo para el niño. Los padres y madres, como responsables del proceso,  tendrán que  gestionar adecuadamente estos cambios  para generar un adecuado clima de convivencia familiar.  Para ello  no debemos perder de vista:

1º Los cambios  que van a tener lugar en el ámbito de los hábitos cotidianos: la incorporación de nuevos miembros supone adaptar nuestras rutinas a las necesidades de éstos, así como incorporar recursos nuevos para satisfacer estas necesidades. El necesario incremento de las tareas en casa puede suponer requerimientos que nos dejen agotados, si no contamos con los apoyos adecuados. En la mayoría de los casos las familias monoparentales tienen un reto añadido a este respecto.

En este punto se revelarán como determinantes los apoyos  externos, los cuales tendremos que movilizar. El apoyo de la familia extensa, se revela como fundamental en este sentido.

“Al comienzo más que dudas, al principio fueron “agobios”. De   pronto no tienes tiempo para nada y la responsabilidad de cuidar bien a  Sonia  y de sacar tiempo para jugar, la rehabilitación… ella hizo que me agobiara.”

2º Cambios en la auto-percepción como familia: aunque la percepción de la adopción ha cambiado radicalmente durante los últimos años, y se ha pasado del tabú, a la máxima visibilidad, ello no quiere decir que el entorno social comprenda bien el significado profundo de la misma.

Muchas familias se encuentran con esto en los primeros momentos de incorporación de sus hijos adoptivos. Miradas curiosas, preguntas “extrañas” desde su punto de vista, comentarios no muy apropiados  como “¿cuánto os ha costado?” “habéis hecho una obra de caridad admirable”… y así todo lo que pudiéramos imaginar. La  ausencia de tabú no  corre pareja con la comprensión de esta forma distinta, pero igual en sus efectos,  de ser padre. Es nuestra responsabilidad manejar estas situaciones adecuadamente, así como enseñar a nuestros hijos a hacerlo.

Participar en grupos de padres que están en la misma situación puede resultar de ayuda a este respecto. Cada día son más las administraciones públicas, entidades colaboradoras, recursos de apoyo post-adoptivo que organizan grupos con el objetivo de ayudar a los padres en este tránsito.

En algunos ámbitos deberemos superar más retos que las otras familias. Debemos en este punto reconocer que hemos optado por un modelo de paternidad minoritaria, rodeada de mitos y fantasías,  exigente y carente de modelos eficaces asentados en nuestra sociedad.

  Que en el caso de las  parejas, la incorporación de un nuevo miembro, supone un reajuste de la misma pues a los factores arriba mencionados se suma una redistribución de roles y tareas.

Tener hijos pone a prueba el proyecto de pareja, es una tarea común ineludible que pondrá  de manifiesto la capacidad para tomar decisiones conjuntas, negociar, redistribuir roles y tareas. No pocos problemas nacen del desacuerdo en pautas educativas, distribución de tareas…etc.  Produciéndose la deserción de uno de los miembros, y la consiguiente sobrecarga del otro. A este respecto es muy importante que la pareja tenga capacidad para flexibilizar los roles que desempeña para no sobrecargar a uno de los miembros.

No olvidemos en este punto que para muchos niños que se incorporan a sus nuevas familias, el modelo de una pareja funcional, unida y capaz de tomar acuerdos conjuntamente es desconocido. El hecho de que el niño os viva como pareja que tiene una relación fuerte  y cariñosa es un elemento de seguridad para él además de un modelo que probablemente desconoce.

Un buen consejo para las parejas es que os preparéis para los cambios, reservar espacios y tiempos exclusivos para vosotros, sois padres, no dos cuidadores entregados. Además el hecho de que el niño os viva como pareja que tiene una relación fuerte y cariñosa es un elemento de seguridad para él, además de un modelo de relación que quizá nunca ha conocido.

Existen áreas del lado de los padres que deben ser cuidadas para generar un adecuado clima familiar. El ineludible incremento de tareas y el cambio de algunos aspectos relacionales en la familia  suponen retos para los cuales no debemos dudar en buscar ayuda externa y la compañía de otros.