De
cara el desarrollo psíquico del niño, la vinculación afectiva, el
apego a una figura cuidadora y de referencia, es determinante para su
desarrollo. Esta función de apego a otro
será el sostén para la satisfacción de
sus necesidades básicas, su crecimiento, y
la constitución de su identidad como futuro adulto.
Las investigaciones a este respecto han demostrado
que las condiciones en que se proporciona este sostén son determinantes para
que el vínculo cumpla sus funciones de manera adecuada. Esta adecuación puede
resumirse de manera muy sintética de la siguiente forma: el adulto debe
proporcionar una base segura a partir de la cual se pueda explorar el mundo y
crecer, una base que permitirá al niño alcanzar una autonomía adecuada a cada
ciclo, autonomía e independencia que tiene como condición que ese otro estará
presente cuando surja un interrogante o una duda en relación a lo nuevo que se
encuentre. Nuestros hijos necesitarán, desde el principio y a lo largo de su desarrollo, que seamos una
base segura a partir de la cual crecer y desarrollarse hasta llegar a su plena
autonomía como sujeto. Esto implica un camino que va desde la dependencia a
la autonomía, dependencia necesaria al comienzo, autonomía como destino de un
recorrido sano.
Debemos de tener en cuenta que este establecimiento
del vínculo no tiene lugar de manera instantánea, nuestro hijo debe aprender a
identificarnos como esa base segura y
confiable de la cual depender al principio. No olvidemos que este lugar debemos
de ganarlo.
Es aquí donde debemos tener presente la historia vincular de nuestro hijo
adoptivo, ya que en la mayoría de los casos, nuestro hijo, no ha dispuesto de
personas que le hayan proporcionado un vínculo adecuado y sostenedor. Esto no
quiere decir que no se haya apegado a ellas, que sean su referencia de lo que
es el adulto cuidador.
Por lo tanto en el momento de la incorporación nuestro
hijo, tendrá una referencia más o menos consolidada de lo que son los adultos
y/o padres en base a lo que aprendió de los adultos que le cuidaron y amaron “a
su manera”.
Estos adultos de los que ha dependido han podido ser
personas que por su problemática no han estado lo suficientemente disponibles
para el niño, han podido dispensar una atención
que no dependía de sus necesidades, proporcionando un trato negligente,
e incluso han podido someter al niño a malos tratos de cualquier índole. Puede
darse el caso también de niños que tienen detrás una historia larga de
institucionalización y no han tenido figuras de referencia estables, y aunque
han podido estar razonablemente atendidos en sus necesidades básicas no han tenido
una figura de apego que dé seguridad y estabilidad.
También puede darse la circunstancia de pequeños
atendidos en familias de acogida con más o menos suerte.
Por todos estos motivos es normal que al comienzo de
la relación, aparezcan reacciones que nos pueden parecer extrañas,
contradictorias o incluso patológicas si las contemplamos fuera de contexto. A
continuación exponemos algunas de ellas:
-Tristeza:
A consecuencia del duelo por las personas y entorno que perdió. Es importante
tener en cuenta que la adopción supone una pérdida del mundo conocido hasta la
fecha. Esta pérdida de las personas y entorno en el que se había depositado el
afecto conlleva necesariamente un duelo.
-Ansiedad-
Inquietud: ante la incertidumbre de qué pasará en este nuevo entorno en el
que ha sido “colocado” por otros, y de
cómo se portarán estos adultos que dicen
ser sus padres.
-Rechazo/hostilidad:
recordemos que somos para ellos unos perfectos
desconocidos. Y además en su historia,
los adultos que le han rodeado no le han tratado de acuerdo a sus
necesidades, el contacto físico para él
ha sido, en muchas ocasiones, la
antesala de una conducta mal-tratante.
-Indiferenciación
de las figuras de apego: al principio el niño no sabe “quién es quién” y se
muestra simpático y conciliador con todo el mundo.
-Apego a uno solo de los padres: Por
diversas circunstancias el niño ha aprendido que las figuras de determinado
sexo son más confiables. Por otra parte no conoce el concepto de “familia” y
“pareja” ni que esos dos adultos que están en la misma
casa son sus padres y forman de cara a él una unidad.
-Sobre-adaptación: El niño puede sentir la situación con tanta
incertidumbre y miedo que sienta que tiene que acomodarse a los deseos y
expectativas del adulto, pues si no es así, lo que ocurrirá, y es lo que ha podido venir ocurriendo hasta la fecha en
su relación con los adultos, es que sea
abandonado o maltratado.
-Actitud “híper-vigilante”:
los padres suelen referir además, que el niño se muestra muy atento y pendiente
de las reacciones de los adultos del entorno. Todavía no sabe cómo somos. Es inteligente estar alerta.
- Apego
ansioso: nuestro hijo/a tendrá miedo a separarse de nosotros, ¿volveremos a
abandonarle? Esto suele interpretarse por parte de los padres como excesiva
dependencia o “buen apego”.
En estas reacciones, normales desde su perspectiva
(recordemos que se encuentra en un mundo por descifrar) podemos encontrar la comprensión
de cómo evolucionan los comportamientos de apego en el proceso de incorporación
sea cual sea la edad de nuestro hijo.
Entre otras ocasiones los padres informan de una etapa que ha dado en llamarse de “luna
de miel”, donde el niño se muestra al principio solícito y encantador.
Donde inhibe cualquier manifestación negativa, hasta que siente cierta
seguridad en el vínculo. Cuando se sienta seguro y confiado en el vínculo expresará
su malestar y podrán aparecer conductas menos adaptadas. Aquí aparece una señal
de mejora.
Debemos tener esto en cuenta no para quedarnos
fijados en un pasado que no es como debía de haber sido, sino para ser
conscientes que la experiencia de apego que debemos de proporcionar sea la
adecuada.
Nuestro hijo tendrá que aprender que como padres son
una referencia segura y estable. La seguridad y la estabilidad generará la necesaria confianza que nuestro hijo tendrá que atribuirnos, y esto no se da por hecho, los padres nos la
tendremos que ganar.
Nuestro hijo aprenderá que somos una base segura y
confiable si realmente lo somos, si somos capaces de transmitir esa seguridad y
estabilidad a través de la relación en todas las dimensiones de la vida
cotidiana: atención de sus necesidades básicas (alimentación, descanso,
auto-cuidado, higiene personal), supervisión de su conducta (transmisión de
normas), apoyo afectivo, actividades lúdicas…etc.
A partir de su incorporación nuestro hijo necesita esa
continuidad que no ha tenido,
continuidad de su ambiente, de sus normas, de las personas en quién confiar y
dirigirse.
Las palabras claves que pueden servir de guía para
este momento de ajuste mutuo son: Seguridad, estabilidad, confianza,
fiabilidad. Debemos propiciar una continuidad de su mundo y sus
afectos de la que no ha podido disfrutar hasta la fecha.
Juan Alonso Casalilla Galán
Psicólogo. Especialista en Adopción
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ResponderEliminarMe ha gustado mucho este artìculo. ¡Bueno! en general, el blog.
ResponderEliminar¡Felicidades!