Mª Ángeles, describe
así su primeros días de convivencia con su hijo Jesús de 3 años y 2 meses de origen
Húngaro.
“Mientras estábamos lejos, vivíamos una
especie de realidad paralela. Luchábamos por nuestro nuevo hijo, y esto nos
daba ánimos y fuerzas sobrehumanas; pero una vez que llegamos a casa la cotidianidad nos golpeó en la cara sin darnos tiempo a recuperarnos del importante cansancio físico y psicológico que arrastrábamos.
El niño que hasta
ahora sólo había estado con nosotros en la imaginación, el niño construido en
la espera, ya está presente. Esta presencia real y ese nuevo espacio creado
harán que ya nada sea igual en nuestras vidas.
En la literatura
sobre el tema, ese niño/a que imaginábamos se ha venido denominando “niño ideal”, ideal no por perfecto, sino por imaginado y construido.
Además era la base de nuestras
expectativas y se había construido de
acuerdo a nuestras necesidades y deseos, por lo tanto también era muy “nuestro”.
Cuando comienza la
relación, el “cuerpo a cuerpo” con el niño, necesariamente muchas de sus
reacciones y comportamientos no corresponden con ese niño imaginado, es lógico que se produzcan sentimientos ambivalentes,
momento de rechazo, de duda, de hostilidad, de decepción, son sentimientos que a muchos padres les cuesta mucho trabajo
expresar, por considerarlos inadecuados o por miedo a ser considerados malos
padres, sin embargo son perfectamente normales. Si percibimos las
singularidades de nuestro hijo es lógico que aparezcan aspectos que no nos
gusten.
La aceptación
positiva incondicional de que tanto se habla no significa que nos vaya a gustar
todo y en todo momento, tendremos que aceptarlo, asumirlo como nuestro y
relacionarnos con ello, pues será en base a esos aspectos a partir de los cuales se
construirá buena parte de la relación.
Las, a veces,
ingratas tareas educativas, la ausencia inicial de un vínculo cálido entre
nosotros y el hijo, la aparición de conductas inapropiadas serán fuentes de muchos malestares.
Insistimos en que de
manera más o menos inconsciente lo que esperábamos de ese niño operará en la
relación que debemos de construir con nuestro hijo.
Se deberá producir
una renuncia, un proceso de duelo por
ese niño que se imaginó, es el momento en el que es lógico que se produzcan
sentimientos de desánimo. Se está
produciendo un adiós a los aspectos imaginarios del proyecto, ahora queda por
construir una relación maravillosa sobre la realidad.
No debemos olvidar
que estos sentimientos tienen un valor
positivo, pues quiere decir que nos estamos relacionando con nuestro hijo
real, con sus singularidades, con las que nos gustan y con las que no nos
gustan, y es necesario encontrarse
con ellas, para construir una relación veraz y auténtica.
En algunos casos,
estos sentimientos, pueden ser tan profundos que pueden llegar a producir lo
que ya empieza a denominarse desde hace
más de una década Depresión
Post-adopción. Los nuevos padres pueden llegar a sentirse muy culpables por
los sentimientos que albergan, y esto sumado a los largos períodos de espera,
la fuerte idealización del proyecto, las
vicisitudes del encuentro, pueden llevarnos a una importante “caída” del ánimo.
Saber reconocer estos
cuadros a tiempo, sin complejos, sin culpas, ayudarán a nuestro hijo y a
nosotros a fortalecer la relación.
No obstante si este
estado de ánimo se cronifica e interfiere las relaciones familiares de forma
crónica resulta indicado consultar al profesional adecuado.
Otro destino de las expectativas
previas, asentadas, construidas en base al niño imaginado, es que
prevalezcan sobre las necesidades
singulares y concretas que se van a presentar en el día a día con el hijo, corriéndose el riesgo de convertirse en
mandatos y exigencias rígidos para el
niño en cuanto a la adecuación de su conducta, roles a desempeñar en la
familia, rendimientos escolares, etc. En este caso los padres se niegan a
“renunciar” a determinados rendimientos de su hijo, a determinados logros, a
que ocupe determinado lugar en la familia.
Mencionemos en este punto, que las
investigaciones cualitativas y cuantitativas a este respecto señalan una
relación consistente entre el no cumplimiento de las expectativas previas de
los padres en torno al menor y el truncamiento o fracaso de la adopción, sobre
todo en los primeros momentos de la adaptación familiar.
Así, nuestro proyecto deberá devenir en un proyecto compartido, que cuente
con el otro, nuestro hijo como persona distinta. Esto requerirá
renuncias, decepciones y sentimientos de hostilidad, pero también nos conducirá
a una relación verdadera.
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