“Adoptar supone filiar a ese hijo de otros, hacerle nuestro, más
allá de quererle y tratarle bien, hacerle propio, autorizarle para que nos
represente.”
El vínculo
paterno filial no sólo implica que los nuevos padres sean capaces de
convertirse en una figura segura y
confiable que sea capaz de cuidar y educar, sino que además y esto es adoptar
en último término, filiemos a ese hijo
de otros, que le hagamos de nuestra
familia, que surja ese sentimiento de pertenencia mutua.
Además de cuidar,
proteger y educar, la adopción supone que filiemos a ese hijo de otros, que sea “uno de los nuestros” ya
que llevará los apellidos de su nueva
familia, lo que implica que se convierte en alguien que nos representa frente a los demás.
Más allá del apego y del trato adecuado, en la adopción se tiene que dar en el niño un sentimiento de pertenencia que hará
hijo al menor que en su día nos fue asignado.
Con respecto a la adopción se viene insistiendo
profusamente en aspectos de vínculo-apego, buen trato, manejo eficaz de la
conducta, dejando de lado un aspecto que es quizá el “más humano”, hablamos de
la pertenencia a un grupo que nos reconoce y que nos inscribe en un lugar concreto.
Es importante tener en cuenta que a medida que el
niño crece y su círculo social se amplía
esta dimensión cobrará más
importancia, pues sus relaciones y
contactos se harán más complejos y le permitirá identificarse, como hijo
nuestro, en su condición de adoptivo,
frente a los demás. Para el niño, como para cualquier persona; pertenecer, tener una identidad, un ser, un lugar en el mundo, puede llegar a ser, en
un momento de su ciclo evolutivo tan relevante como ser “bien cuidado”.
Cuando los padres, sobre todo en la adolescencia,
consultan por graves problemáticas de integración vemos con frecuencia como sí
han podido cuidar, proteger y asumir los retos de la paternidad. Sin embargo esto no ha sido suficiente como
para construir una relación lo suficientemente
sólida como para soportar el tránsito de niño a adulto, así como los
requerimientos de una incorporación social más amplia y compleja que cuestiona
su manera singular de estar en el mundo. La “versión” de los chicos nos habla a veces de como
se han sentido siempre “ajenos” a su nueva familia.
Una familia que les ha
cuestionado cuando han elegido pareja o profesión “muy por debajo de lo que sus
padres esperaban”. Que han podido percibir las inquietudes de sus padres cuando
otros señalaban su condición de adoptivos y/o su diferencia étnica. Padres que
han sido incapaces de sostener sus angustias, dudas, miedos y preocupaciones en
relación a su historia y vínculos pasados. Son chicos que dicen haber
encontrado en otros la aceptación y la comprensión que nunca encontraron en sus
familias adoptivas.
Las dificultades de las familias para conjugar estas
dos necesidades de los hijos quizás radiquen en la dificultad para asumir que
la “ruptura existencial” que supone la adopción, forma parte intrínseca del vínculo
con sus hijos comprometiendo seriamente sus capacidades para acompañar a
sus hijos.
No debemos olvidar que todo lo que viene de atrás, de su historia, de
su familia biológica es vivido con demasiada frecuencia (por parte de padres y
profesionales) como algo negativo, dañino y ajeno, quedando así
fuera de la relación… y sin embargo forma parte de su identidad, su
existencia. Considerar su existencia anterior, sus vínculos anteriores como
algo patógeno hace que quede fuera de la relación y busquen en otros un “eco”
de estos aspectos.
Su historia pasada, de alguna manera, tendrá que llegar a ser necesariamente
también la nuestra.
Juan Alonso Casalilla Galán. Psicólogo. Especialista en Acogimiento y Adopción.
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