Juan Alonso Casalilla Galán. Psicólogo especialista en Adopción.
Una
palabra, reflejo de una actitud.
Todavía
seguimos contemplando con horror la utilización del término "devolución"
para referirse al abandono de niños cuando éstos se han convertido en hijos por
la vía de la Adopción.
Más
allá de denunciar algo que es obvio: sólo se devuelven objetos adquiridos
y no personas con las que nos une una filiación, la profusa utilización
del término en la prensa, sin el escándalo oportuno que correspondería, debe
invitarnos a pensar el hecho de que quizás refleje una actitud arraigada en
nuestra sociedad donde el vínculo adoptivo se pone en cuestión.
Imaginemos
que aparecieran titulares del tipo: "Cada vez son más los hijos que
devuelven a sus padres a los servicios de atención al mayor"..."Cada
vez son más las mujeres que devuelven a sus maridos a sus familias de
origen...". Evidentemente nos parece grotesco.
Es
tremendamente negativo para las familias que han adoptado tener
que leer este tipo de titulares, los cuales cosifican al niño adoptado y contribuyen
negativamente a generar una actitud confundida y perniciosa en relación a la
paternidad adoptiva.
Cuando
los padres dejan de ejercer las responsabilidades parentales de manera
intencionada, abandonan no
devuelven.
No obstante y señalado lo inadecuado de la palabra dirigiremos nuestra atención a los casos más graves, en los cuales la conflictiva familiar desemboca en el abandono del menor previamente adoptado.
Las investigaciones que han dirigido
su mirada a este fenómeno muestran a nivel cuantitativo, datos que van desde una
tasa del 1´5 % al 10% de abandonos según las muestras y entornos elegidos para
investigar (Berástegui 2005). No obstante en esta comunicación nos ocuparemos de
las narrativas de las familias que en nuestro servicio pasan por esta
circunstancia, lo que nos permitirá reflexionar conjuntamente sobre dos aspectos importantes:
- ¿Cómo saber que procesos operan desde el punto de vista de los adultos en el momento del comienzo de la convivencia que dificultan su capacidad para erigirse en figuras de referencias estables y seguras, capaces de sostener su crecimiento?
- La importancia del sentimiento de pertenencia mutua, filiación. De cómo esta necesidad de pertenecer (ser filiado por esas personas que no le engendraron) puede entrar en conflicto con la necesidad de apego seguro, representada hasta el momento, por los padres adoptivos.
En primer lugar dirigiremos nuestra
mirada a las crisis en la incorporación inicial que desembocan en la ruptura de
la convivencia incluso antes de la propia constitución del
vínculo.
En segundo lugar orientaremos
nuestra atención a las crisis más tardías cuando el menor llega a la
pre-adolescencia o a la adolescencia y la convivencia se torna imposible.
En el primer caso nos estamos refiriendo a
las situaciones que han desembocado en
el abandono del menor antes de cumplido el primer año de convivencia.
Estos casos se presentan en los servicios de protección con manifestaciones, que salvando la
singularidad de cada caso, presentan
similitudes que pueden ayudarnos a pensar algunos aspectos de la filiación
adoptiva.
Desde la perspectiva de las familias,
el problema detonante aparece la queja de que el menor presenta una
conducta problemática que compromete muy seriamente el funcionamiento familiar.
Las quejas más habituales hacen referencia a conductas agresivas y/o sexuales
inapropiadas. El niño se muestra especialmente violento con sus padres y
hermanos cuando no consigue lo que quiere o ante las más ”mínima” frustración,
con frecuencia es el hijo preexistente
al que se quiere proteger, pues queda comprometida seriamente su
educación e incluso corre peligro físico, peligro físico del que no son ajenos
los padres.
Así las conductas inadecuadas: agresividad, desobediencia, robos,
indisciplina…etc. son descritas como “incontrolables”. Sin embargo esa conducta no concierne a la familia, no
tiene nada que ver con lo actual de las relaciones establecidas. La problemática
es atribuida a procesos traumáticos y aprendizajes de su anterior vida, de su
anterior situación, es una herencia patológica, nada tiene que ver con la
relación actual establecida con el niño. Algo muy patológico y extraño se ha
introducido en sus vidas…la única solución en estos casos es la renuncia, el
abandono de ese hijo.
El diagnóstico más frecuente que desde
los sistemas de atención se da en estos casos es el de hiperactividad, trastorno
de personalidad.
La explicación que da la familia, es
reduccionista; el menor padecía y padece unos trastornos conductuales que no
pueden ser abordados, estos ponen en peligro la estabilidad de la familia, y la
convivencia se torna imposible. Esta lectura de los hechos es avalada en muchas
ocasiones por profesionales de la psicología y la psiquiatría a través del diagnóstico el cual se convierte en
explicación de lo que ocurre.
Sin
descartar el peso que la historia , los trastornos y dificultades que el niño con una historia de
desamparo puede padecer, y que sin duda
hay que tener en cuenta a la hora de integrarlo en las familias, es necesario
tener también en cuenta: el marco
relacional que el niño se encuentra en la actualidad (el cual viene
proporcionado fundamentalmente por las relaciones actuales establecidas), el
trauma que supone en sí el hecho de la adopción (al margen de la historia y
origen del niño), lo que la familia espera de él y si esta familia es capaz de
establecer un relación actual con ese niño singular y concreto que supone una
renuncia a ese niño que imaginó.
La capacidad para hacer ese tránsito
entre el niño que se espera, y lo que se espera de él, al niño real que llega,
con sus demandas concretas y sus peculiaridades por historia y origen, así como
la relación actual que establezcamos, va a ser clave a la hora de que la
integración tenga éxito o no.
En los casos más graves, vemos que
los padres no han podido fundar una relación en ese encontrarse con lo extraño
que no esperan, requisito imprescindible para establecer una relación, crear un
vínculo con otro radicalmente distinto y no con la imagen interna idealizada que
se tiene del niño antes de llegar.
Vemos que el proyecto de adopción de
la familia, reservaba un espacio muy estrecho al niño por venir. Descubrimos en
ese momento que le pedimos que sea el compañero ideal de juegos, compañía de nuestro hijo único, la niña ideal frente a los demás hijos
varones, el niño que nos hace olvidar
que tenemos problemas de fertilidad…etc.
Pero difícilmente el niño que vendrá
y que reclama como cualquier otro ser humano, un lugar en el mundo, un espacio
de pertenencia, una familia con la que sentirse identificado y que le
identifique, que respete su origen e historia singulares, encajará en proyectos tan estrechos y cosificantes, donde las expectativas se
convierten en guiones no negociables, en mandatos a cumplir.
Tentativamente podemos avanzar
algunas de las causas que aparecen, entre las cuales podríamos destacar: La
rigidez de las expectativas de relación y el extrañamiento de la conducta del
hijo por atribución (en exclusiva) al pasado de los aspectos negativos que
aparecen en la relación y sobre todo ausencia de preguntas sobre las condiciones
actuales de la relación.
En casos de rupturas tardías,
asistimos, bien es verdad que cada vez con menos sorpresa, a que el menor que ha
venido creciendo con relativa normalidad
en el seno de su nueva familia, casi desde la cuna, empieza a presentar
problemáticas de rebeldía extrema, conducta antisociales, robos, vinculación con
grupos marginales…etc. Conductas que se tornan incontrolables por parte de los
padres, deterioran la relación y acaban con el niño/a en el sistema de
protección.
La posición de los padres en parecida
a la descrita en los primeros casos. Sin embargo aquí vemos que los padres sí
han podido cuidar, proteger y asumir los retos de la paternidad “hasta cierta
edad”. Sin embargo esto no ha sido suficiente como para construir un vínculo lo
suficientemente sólido como para soportar el tránsito de niño a adulto, así como
los requerimientos de una incorporación social más amplia y compleja que
cuestiona su manera singular de estar en el mundo.
En estos casos sí contamos con la
“versión” de los chicos, muchos de ellos nos relatan desde su punto de vista
como se han sentido siempre “ajenos” a su nueva familia. Una familia que les ha
cuestionado cuando han elegido pareja o profesión “muy por debajo de lo que sus padres esperaban”.
Que han podido percibir la vergüenza
en la actitud de sus padres cuando otros señalaban su condición de adoptivos
y/o su diferencia étnica. Padres que han
sido incapaces de sostener sus angustias, dudas, miedos y preocupaciones en
relación a su historia y vínculos pasados. Son chicos que dicen haber encontrado en
otros la aceptación y la comprensión que
nunca encontraron en sus familias.
Muchos adolescentes encuentran esa
sensación de valoración, aceptación y pertenencia fuera de la familia, lo que es
fuente de muchos desencuentros.
Esta casuística pone en primer plano
que el vínculo paterno filial no sólo
implica que los nuevos padres sean capaces de convertirse en una figura segura y confiable que sea
capaz de cuidar y educar, sino que además y esto es adoptar en último
término, filiemos a ese hijo de otros, que le hagamos de nuestra familia, que surja
ese sentimiento de pertenencia mutua.
Además de cuidar, proteger y educar, la
adopción supone que filiemos a ese hijo
de otros, que sea “uno de los nuestros”.
Pues llevará los apellidos de su nueva familiar, lo que implica que será
su representante frente a los
demás.
Más allá del apego y del trato
adecuado, en la Adopción no así en otras figuras de protección, se tiene que dar en el niño un sentimiento de pertenencia que hará hijo al menor que en su día fue asignado.
Es por lo que no podemos dejar de mencionar esta dimensión que es determinante en el proceso
de incorporación a la familia adoptiva y que trasciende a las vicisitudes de la
incorporación inicial; el sentimiento de pertenencia, ya que con
respecto a la adopción se viene insistiendo profusamente en aspectos de
vínculo-apego, buen trato, manejo eficaz
de la conducta, dejando de lado un aspecto que es quizá el “más humano”.
Es importante tener en cuenta que a
medida que el niño crece y su círculo social se amplía esta dimensión cobrará más importancia, pues sus relaciones y contactos se harán más complejos
y le permitirá identificarse, como hijo nuestro, en su condición de
adoptivo, frente a los demás.
Para el niño, como para cualquier
persona; pertenecer, tener una
identidad, un ser, un lugar en el mundo,
puede llegar a ser, en un momento de su ciclo evolutivo más
relevante que ser “bien cuidado”.
Estos casos de abandonos tardíos
ponen de manifiesto el cómo se hace necesario contemplar los procesos de
interacción compleja entre las necesidades de apego de los menores y las necesidades de aceptación y
pertenencia a lo largo del ciclo vital de la familia
adoptiva.
Las dificultades de las familias adoptivas
para conjugar estas dos necesidades de los hijos quizá radiquen en la
dificultad para asumir que la condición
adoptiva forma parte intrínseca del vínculo con sus hijos y comprometen
seriamente sus capacidades para
acompañar a sus hijos, desde su
incorporación hasta la vida adulta, a descifrar cual es su significado, pues todo lo que viene de atrás, de su
historia, de su familia biológica es vivido como algo dañino y ajeno.
Las futuras familias adoptivas sobretodo los padres primerizos piensan que la paternidad es sumamente fácil, y que mientras sean grandecitos se portarán mejor, pero no va en que los peques se porten bien o no, va en que son niños y que mientras más desordenados, más intranquilos y más juguetones crecerán felices de expresarse, erróneo es pensar que tu futuro hijo o hija llegara y se portara tal cual tu quieras!!! mientras hagas la espera debes prepararte para enfrentar los desacuerdos que tendrán hasta que puedan ponerse de acuerdo, turnar la crianza entre tu marido y tu para a veces tomar un respiro, porque ser padre o madre no es fácil, es terriblemente difícil, pero si muy gratificante, cuando te sonríen, olvidaras todo lo que rabias y todo lo que gritas, porque siii gritaras sobretodo cuando no te hagan caso, pero eso es ser padre y madre, es contener a tu hijo o hija cuando lo necesiten y te necesitaran muchoooo, más de lo que crees, y es por eso que debes ser fuerte para ellos, importante tener paciencia y cuando ya creas que no la tienes, parate, respira, entra al baño sola, grita en una almohada, pero jamás demuestres eso porque ellos se alimentan de tu fortaleza, abrázalos, bésalos, crecen demasiado rápido...diles lo mucho que los amas mil veces al día no son suficientes...lo peor que pueden hacer es rendirse...una vez que adoptas ya es tu hijo o hija, nunca olvides eso...
ResponderEliminarEs posible que peque de ignorante, pero el sentimiento de pertenencia también ha de darse al menos en la acogidas y en esa figura que en Andalucía llaman 'familia colaboradora'. Lo que no se debe dar es el sentimiento de exclusividad, pero creo que ni en la adopción.
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