Los compañeros de colegio son, en muchas ocasiones, el primer
grupo de iguales. Sin duda representan la aceptación y el rechazo del hijo y de
sus peculiaridades, tanto académicas como culturales o raciales. Ellos son el
punto de comparación para todo cuanto nuestro hijo haga: si va bien en los estudios,
si no está quieto en clase, si es más menos activo, más listo o menos que los
otros… Son los compañeros quienes acogen o rechazan a nuestro hijo adoptado por
ser blanco o negro, mestizo o asiático, africano o con rasgos caribeños. Ante ellos
nuestro hijo se siente válido o acomplejado. Una tarea recomendable para los
padres es, sin duda, procurar acercarse a aquellos amigos y compañeros que
eligen a su hijo como amigo, o a los que, a su vez, ha elegido él e
incorporarlos de vez en cuando a su entorno. Asimismo, también será positivo
ayudar a nuestro hijo a pertenecer a algún grupo deportivo, cultural, etc.,
donde canalice muchas actividades que, cuando llegue a la adolescencia, deberán
estar estructuradas, lo que favorecerá el sentimiento de pertenencia a la
sociedad en que vive.
Fuera del ámbito académico, debemos considerar que nuestra
sociedad ha pasado de ser muy homogénea en el tema étnico, pues los hechos
diferenciales eran poco significativos, a ser multirracial o cuando menos
interracial. Actualmente, un alto porcentaje de nuestra población joven, en
nuestros barrios y ciudades, incluso en el ámbito rural, está cruzado por
etnias y tradiciones culturales procedentes de todos los países, especialmente del
Este de Europa, de Suramérica y del Norte de África. En medio de una gran mayoría
de raza caucásica, conviven grupos de inmigrantes a su vez heterogéneos,
reunidos bajo el aglutinante de su país de origen, que en muchos casos coincide
con el país del que proceden nuestros hijos adoptados: Ecuador, Colombia, China,
República Dominicana, Brasil, Perú, la India, Rusia, Bulgaria, etc. Los grupos
de adolescentes de diversas procedencias se forman en torno a un elemento aglutinante,
que puede ser su nación de origen. Los componentes de estos grupos provienen de
la inmigración, y a ellos pueden adherirse, como decíamos más arriba, algunos
de nuestros hijos por ser de los mismos países y también por ciertas condiciones
raciales, historias de abandono en la calle, cierto fracaso escolar, escasa o
mala vinculación con los padres, vivencia de cierto complejo de inferioridad o
de marginación, incomunicación y falta de diálogo familiar, soledad y los problemas
típicos de la adolescencia.
Si la familia no tiene unos vínculos especialmente robustos a
los que se sienta bien adherido, nuestro hijo adoptado podrá buscar en esas
pandillas la familia que no tiene. En esos grupos se sentirá fuerte, apoyado y
defendido, y por solidaridad tendrá que apoyar y defender a cualquier precio a sus
compañeros de pandilla. En algunas ocasiones, nuestro hijo perseguirá en estos
grupos el sentimiento de pertenencia que quizá no le hemos sabido transmitir.
El problema ya no es lejano, sino que puede estar dentro de nuestras casas. En
efecto, la adolescencia es el momento oportuno para esa identificación racial,
porque el menor está buscándose a sí mismo a través de la comparación con los
demás, por la ansiedad de ser aceptado, por conflicto de lealtades y por
necesidad de pertenencia y seguridad
El menor se enfrenta a un conflicto de lealtades. ¿A qué
grupo pertenece? ¿Con quién comparte más? ¿Quién lo acepta tal y como es? El
chico está atravesando un momento de desencuentro con sus padres debido a los estudios;
esto le produce una sensación de exclusión y de falta de aceptación, y en este
momento surge un grupo que lo busca, que lo elige para estar con él, pero el
chico tiene miedo porque sabe que esos menores tienen un comportamiento antisocial
que no estaría bien visto por los padres. Sin embargo, es la primera vez que
resulta atractivo para un grupo de iguales…
Los padres hemos de estar muy atentos a esta realidad, que ya
no es un peligro remoto. Sugerimos a estos una comunicación adecuada con los
chicos, buscar la verdad frente a cualquier ocultación sobre sus orígenes,
sobre su historia de abandono y cuanto se sepa sobre sus antecedentes.
Acompañarlos, cuando ellos lo demanden, a investigar aquellos aspectos que nos sean
desconocidos y atender sus verdaderas preocupaciones e inquietudes.
Más allá de esto, solo el establecimiento de auténticos
vínculos afectivos con nuestros hijos, que no tienen que estar en contradicción
con normas de firmeza, y una dedicación a ellos intensa y sincera, podrá
ayudarnos a ser una buena guía para ellos.
Juan Alonso Casalilla Galán. Psicólogo. Psicoanalista. Especialista en Adopción.
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