martes, 23 de septiembre de 2014

ADOPCIÓN: EL COMIENZO DE LA RELACIÓN


Mª Ángeles, describe así su primeros días de convivencia con su hijo Jesús de 3 años y 2 meses  de origen  Húngaro.

“Mientras estábamos lejos, vivíamos una especie de realidad paralela. Luchábamos por nuestro nuevo hijo, y esto nos daba ánimos y fuerzas sobrehumanas; pero una vez que llegamos a casa la cotidianidad nos golpeó en la cara sin darnos tiempo a recuperarnos del importante cansancio físico y psicológico que arrastrábamos.

El niño que hasta ahora sólo había estado con nosotros en la imaginación, el niño construido en la espera, ya está presente. Esta presencia real y ese nuevo espacio creado harán que ya nada sea igual en nuestras vidas.

En la literatura sobre el tema, ese niño/a que imaginábamos se ha venido  denominando “niño ideal”, ideal no por perfecto, sino por imaginado y construido. Además  era la base de nuestras expectativas y se había construido de acuerdo a nuestras necesidades y deseos, por lo tanto también era  muy “nuestro”.

Cuando comienza la relación, el “cuerpo a cuerpo” con el niño, necesariamente muchas de sus reacciones y comportamientos no corresponden con ese niño imaginado,  es lógico que se produzcan sentimientos ambivalentes, momento de rechazo, de duda, de hostilidad,  de decepción, son sentimientos que  a muchos padres les cuesta mucho trabajo expresar, por considerarlos inadecuados o por miedo a ser considerados malos padres, sin embargo son perfectamente normales. Si percibimos las singularidades de nuestro hijo es lógico que aparezcan aspectos que no nos gusten.

La aceptación positiva incondicional de que tanto se habla no significa que nos vaya a gustar todo y en todo momento, tendremos que aceptarlo, asumirlo como nuestro y relacionarnos con ello, pues será en base a  esos aspectos a partir de los cuales se construirá buena parte de la relación.
Las, a veces, ingratas tareas educativas, la ausencia inicial de un vínculo cálido entre nosotros y el hijo, la aparición de conductas inapropiadas  serán fuentes de muchos malestares.

Insistimos en que de manera más o menos inconsciente lo que esperábamos de ese niño operará en la relación que debemos de construir con nuestro hijo.

Se deberá producir una renuncia,  un proceso de duelo por ese niño que se imaginó, es el momento en el que es lógico que se produzcan sentimientos de desánimo. Se está produciendo un adiós a los aspectos imaginarios del proyecto, ahora queda por construir una relación maravillosa sobre la realidad.

No debemos olvidar que estos sentimientos tienen un valor positivo, pues quiere decir que nos estamos relacionando con nuestro hijo real, con sus singularidades, con las que nos gustan y con las que no nos gustan, y es necesario encontrarse con ellas, para construir una relación veraz y auténtica.

En algunos casos, estos sentimientos, pueden ser tan profundos que pueden llegar a producir lo que  ya empieza a denominarse desde hace más de una década Depresión Post-adopción. Los nuevos padres pueden llegar a sentirse muy culpables por los sentimientos que albergan, y esto sumado a los largos períodos de espera, la fuerte idealización del proyecto, las vicisitudes del encuentro, pueden llevarnos a una importante “caída” del ánimo.

Saber reconocer estos cuadros a tiempo, sin complejos, sin culpas, ayudarán a nuestro hijo y a nosotros a fortalecer la relación.

No obstante si este estado de ánimo se cronifica e interfiere las relaciones familiares de forma crónica resulta indicado consultar al profesional adecuado.

Otro destino de las expectativas previas, asentadas, construidas en base al niño imaginado, es que prevalezcan  sobre las necesidades singulares y concretas que se van a presentar en el día a día con el  hijo,  corriéndose el riesgo de convertirse en mandatos y exigencias  rígidos para el niño en cuanto a la adecuación de su conducta, roles a desempeñar en la familia, rendimientos escolares, etc. En este caso los padres se niegan a “renunciar” a determinados rendimientos de su hijo, a determinados logros, a que ocupe determinado lugar en la familia.

Mencionemos en este punto, que las investigaciones cualitativas y cuantitativas a este respecto señalan una relación consistente entre el no cumplimiento de las expectativas previas de los padres en torno al menor y el truncamiento o fracaso de la adopción, sobre todo en los primeros momentos de la adaptación familiar.

Así, nuestro proyecto deberá devenir en un proyecto compartido, que cuente con el otro, nuestro hijo como persona distinta. Esto requerirá renuncias, decepciones y sentimientos de hostilidad, pero también nos conducirá a  una relación verdadera.  


 Juan Alonso Casalilla Galán. Psicólogo. Psicoanalista. Especialista en Adopción y Acogimiento. 


jueves, 4 de septiembre de 2014

ADOPCIÓN:MÁS ALLÁ DEL APEGO.

 “Adoptar supone filiar a ese hijo de otros, hacerle nuestro, más allá de quererle y tratarle bien, hacerle propio, autorizarle para que nos represente.”


El  vínculo paterno filial no sólo implica que los nuevos padres sean capaces de convertirse  en una figura segura y confiable que sea capaz de cuidar y educar, sino que además y esto es adoptar en último término,  filiemos a ese hijo de otros,  que le hagamos de nuestra familia, que surja ese sentimiento de pertenencia mutua. 
Además de cuidar, proteger y educar, la adopción supone que filiemos a ese hijo  de otros, que sea “uno de los nuestros” ya que llevará los apellidos de su nueva familia, lo que implica que se convierte en alguien que nos representa  frente a los demás.  
Más allá del apego y del trato adecuado, en la adopción se tiene que dar en el niño un sentimiento de pertenencia que hará hijo al menor que en su día nos fue asignado.
Con respecto a la adopción se viene insistiendo profusamente en aspectos de vínculo-apego, buen trato, manejo eficaz de la conducta, dejando de lado un aspecto que es quizá el “más humano”, hablamos de la pertenencia a un grupo que nos reconoce y que nos inscribe en un lugar concreto.
Es importante tener en cuenta que a medida que el niño crece y su círculo social se amplía  esta dimensión  cobrará más importancia, pues sus  relaciones y contactos se harán más complejos y le permitirá identificarse, como hijo nuestro, en su condición de adoptivo,  frente a los demás. Para el niño, como para cualquier persona;  pertenecer, tener una identidad, un ser,  un lugar en el mundo, puede llegar a ser, en un momento de su ciclo evolutivo   tan relevante como ser “bien cuidado”. 
Cuando los padres, sobre todo en la adolescencia, consultan por graves problemáticas de integración vemos con frecuencia como sí han podido cuidar, proteger y asumir los retos de la paternidad.  Sin embargo esto no ha sido suficiente como para construir una relación  lo suficientemente sólida como para soportar el tránsito de niño a adulto, así como los requerimientos de una incorporación social más amplia y compleja que cuestiona su manera singular de estar en el mundo. La “versión” de los chicos nos habla a veces de como se han sentido siempre “ajenos” a su nueva familia. 
Una familia que les ha cuestionado cuando han elegido pareja o profesión “muy por debajo de lo que sus padres esperaban”. Que han podido percibir las inquietudes de sus padres cuando otros señalaban su condición de adoptivos y/o su diferencia étnica. Padres que han sido incapaces de sostener sus angustias, dudas, miedos y preocupaciones en relación a su historia y vínculos pasados. Son chicos que dicen haber encontrado en otros la aceptación y la comprensión que nunca encontraron en sus familias adoptivas.
Las dificultades de las familias para conjugar estas dos necesidades de los hijos quizás radiquen en la dificultad para asumir que la “ruptura existencial” que supone la adopción, forma parte intrínseca del vínculo con sus hijos comprometiendo seriamente sus capacidades para   acompañar a  sus hijos.
No debemos olvidar que  todo lo que viene de atrás, de su historia, de su familia biológica es vivido con demasiada frecuencia (por parte de padres y profesionales) como algo negativo, dañino y ajeno,  quedando así  fuera de la relación… y sin embargo forma parte de su identidad, su existencia. Considerar su existencia anterior, sus vínculos anteriores como algo patógeno hace que quede fuera de la relación y busquen en otros un “eco” de estos aspectos.
Su historia pasada, de alguna manera, tendrá que llegar a ser necesariamente también la nuestra.

Juan Alonso Casalilla Galán. Psicólogo. Especialista en Acogimiento y Adopción.