jueves, 4 de septiembre de 2014

ADOPCIÓN:MÁS ALLÁ DEL APEGO.

 “Adoptar supone filiar a ese hijo de otros, hacerle nuestro, más allá de quererle y tratarle bien, hacerle propio, autorizarle para que nos represente.”


El  vínculo paterno filial no sólo implica que los nuevos padres sean capaces de convertirse  en una figura segura y confiable que sea capaz de cuidar y educar, sino que además y esto es adoptar en último término,  filiemos a ese hijo de otros,  que le hagamos de nuestra familia, que surja ese sentimiento de pertenencia mutua. 
Además de cuidar, proteger y educar, la adopción supone que filiemos a ese hijo  de otros, que sea “uno de los nuestros” ya que llevará los apellidos de su nueva familia, lo que implica que se convierte en alguien que nos representa  frente a los demás.  
Más allá del apego y del trato adecuado, en la adopción se tiene que dar en el niño un sentimiento de pertenencia que hará hijo al menor que en su día nos fue asignado.
Con respecto a la adopción se viene insistiendo profusamente en aspectos de vínculo-apego, buen trato, manejo eficaz de la conducta, dejando de lado un aspecto que es quizá el “más humano”, hablamos de la pertenencia a un grupo que nos reconoce y que nos inscribe en un lugar concreto.
Es importante tener en cuenta que a medida que el niño crece y su círculo social se amplía  esta dimensión  cobrará más importancia, pues sus  relaciones y contactos se harán más complejos y le permitirá identificarse, como hijo nuestro, en su condición de adoptivo,  frente a los demás. Para el niño, como para cualquier persona;  pertenecer, tener una identidad, un ser,  un lugar en el mundo, puede llegar a ser, en un momento de su ciclo evolutivo   tan relevante como ser “bien cuidado”. 
Cuando los padres, sobre todo en la adolescencia, consultan por graves problemáticas de integración vemos con frecuencia como sí han podido cuidar, proteger y asumir los retos de la paternidad.  Sin embargo esto no ha sido suficiente como para construir una relación  lo suficientemente sólida como para soportar el tránsito de niño a adulto, así como los requerimientos de una incorporación social más amplia y compleja que cuestiona su manera singular de estar en el mundo. La “versión” de los chicos nos habla a veces de como se han sentido siempre “ajenos” a su nueva familia. 
Una familia que les ha cuestionado cuando han elegido pareja o profesión “muy por debajo de lo que sus padres esperaban”. Que han podido percibir las inquietudes de sus padres cuando otros señalaban su condición de adoptivos y/o su diferencia étnica. Padres que han sido incapaces de sostener sus angustias, dudas, miedos y preocupaciones en relación a su historia y vínculos pasados. Son chicos que dicen haber encontrado en otros la aceptación y la comprensión que nunca encontraron en sus familias adoptivas.
Las dificultades de las familias para conjugar estas dos necesidades de los hijos quizás radiquen en la dificultad para asumir que la “ruptura existencial” que supone la adopción, forma parte intrínseca del vínculo con sus hijos comprometiendo seriamente sus capacidades para   acompañar a  sus hijos.
No debemos olvidar que  todo lo que viene de atrás, de su historia, de su familia biológica es vivido con demasiada frecuencia (por parte de padres y profesionales) como algo negativo, dañino y ajeno,  quedando así  fuera de la relación… y sin embargo forma parte de su identidad, su existencia. Considerar su existencia anterior, sus vínculos anteriores como algo patógeno hace que quede fuera de la relación y busquen en otros un “eco” de estos aspectos.
Su historia pasada, de alguna manera, tendrá que llegar a ser necesariamente también la nuestra.

Juan Alonso Casalilla Galán. Psicólogo. Especialista en Acogimiento y Adopción. 



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