Cuando intervenimos en adopción y
acogimiento, siempre existe un difícil equilibrio entre encuadrar adecuadamente
nuestras actuaciones contemplando el pasado del niño y esterilizar las mismas
remitiéndonos a una característica general que oculta las claves actuales de lo
que ocurre en la relación con los chicos.
Tener como telón de fondo el
pasado y la historia del niño es fundamental, pero esta historia se puede
presentar de dos formas. Una de ellas produce progreso, nuevas significaciones,
otra nos sitúa en una paralización eterna o más bien un eterno retorno de lo
idéntico.
Es habitual en los relatos de los
padres que acuden a la consulta y en no pocos profesionales, que cualquier
malestar, cualquier problema de conducta, sea explicado en su plenitud por el
pasado traumático y de sufrimiento, que a los chicos se les supone,
impregnándolo todo. Se erige así la historia en causa casi directa de lo
que ocurre en el ahora. Además, a través de esta historia, los que sufren,
cuentan y exhiben una identidad. Una identidad basada en un pasado-etiqueta que
vela con frecuencia las claves actuales de la relación. Esa historia “explica” su presente de
sufrimiento, deteniéndose en ese momento interrogantes y preguntas sobre el
estímulo actual causante de la conducta o el malestar, el cual tiene un peso
muy importante en lo que le pasa y habla de la relación que ahora tenemos y que
fundará el futuro.
En estos relatos los hechos del
pasado se convierten en causa y se apunta a “explicar” en base a los mismos
todas las claves de lo actual. Los antecedentes se convierten en señalamiento
de causalidades y por esa vía se apunta hacia la adjudicación de
responsabilidades por la situación del que sufre, invitando a que se conviertan
en juicio y condena. El confort
intelectual que esta operación conlleva es evidente; nos exime de la
responsabilidad de pensar qué nos queda por descifrar del aquí y el ahora de la
situación planteada, sin embargo, nos condena a repetir y repetir hasta el
infinito.
Esa posición, muchas veces nos
conduce a creer que detrás de la forma en la que el niño se expresa, en la
escena que nos compromete en el “ahora” no hay nada, no hay una verdad a descifrar.
Remitiéndonos a ese pasado-etiqueta, se da una explicación que no explica nada,
que no modifica nada, que no compromete a nada. Es una respuesta que fracasa.
Cuando tenemos que responder a
las demandas de situaciones singulares, sólo las claves de la relación actual
pueden darnos las llaves de cómo actuar. Ubicar todo lo que nos produce
malestar en la relación o lo que no entendemos en un pasado deficitario y/o
traumático no es siempre acertado, casi nunca lo es del todo...aunque sin duda
produce un ese confort intelectual del que hablábamos más arriba.
Debemos tener siempre en cuenta
que los momentos críticos que aparecen a lo largo del trabajo con los menores y
sus familias suelen estar motivados por “algo de la realidad presente” que
impacta en alguno de los sujetos implicados (no siempre el niño) y que pide una
nueva construcción que dé cuenta de lo que pasa.
Pongamos un ejemplo, hace unos
años una madre, en el transcurso de un seguimiento me comentó que su hija
adoptiva, la cual no llegaba a los siete años, cuando estaban esperando para
ser recogida del colegio hizo una crisis de angustia importante, se puso muy
nerviosa y empieza a temer que sus padres no fueran a recogerla nunca, que la
dejarán ahí para siempre. Aunque el retraso desde el punto de vista cronológico
no fue ni mucho menos importante, desde el punto de vista del acontecimiento
subjetivo, supuso un impacto que reavivó huellas pasadas, huellas de memoria
que muy probablemente no tuvieran un relato ni una escena, sólo el fondo de
angustia.
Algunos adultos, tras el
incidente, se apresuraron a explicar el hecho por los traumas sufridos, ubicando
doctamente la causa en un pretérito, donde esa escena ya ocurrió. Se transmitió
información, de nuevo, a la pequeña de su pasado, de su actualidad, intentando
tranquilizarla. Sin embargo, eso no contribuyó a que la pequeña elaborara el
miedo a ser abandonada en la escuela. La angustia aparecía ante el mínimo
retraso.
Fue cuando se abordó ese ahora,
esa espera que se vivía como eterna. Cuando se escuchó ese instante subjetivo
al que hay que dejar hablar a través de las palabras del niño, cuando empezaron
a desaparecer los miedos, En el contexto de las relaciones actuales.
Así, a nosotros nos corresponde
escuchar, interrogar y tener paciencia. Solo explorando que sintió en ese
momento, que pensó, puede surgir en la relación actual una re-significación “sanadora”.
Es una escena inaugural de construcción de vínculo con sus padres…remitirnos y
quedarnos en un pretérito desconocido y genérico no sirve de nada, es el
abordaje actual en el contexto de los vínculos actuales lo que hace relación,
resignifica escenas pasadas y sienta las bases de la nueva vida.
Juan Alonso Casalilla Galán. Psicólogo. Especialista en
Adopción y Acogimiento Familiar
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