viernes, 29 de abril de 2011

FAMILIAS TARDÍAS

  “Adopción Internacional: consideraciones en torno a esta nueva forma de constituirse en familia”

Juan Alonso Casalilla Galán. Psicólogo.   
1.             INTRODUCCIÓN.
La adopción, regulada legalmente, tiene su nacimiento dentro de nuestro contexto histórico-cultural en el Derecho romano, con el fin de permitir la subsistencia de las familias carentes de descendencia, procurando de esta manera la pervivencia del culto y del patrimonio familiar a través de la herencia.  
A pesar de la poca atención recibida por parte de los textos legales, las legislaciones han ido poniendo de relieve cada vez más el interés del  menor  en lo que a la adopción se refiere, especialmente, a partir de comienzos del siglo XX con la aparición en el derecho de la noción “interés del niño”.
Podemos decir que se ha ido produciendo un cambio en el foco de la adopción, pasándose progresivamente de los intereses individuales del adoptante o adoptantes (dar hijos a quién carece de ellos), hacia el interés del menor necesitado de una familia que ponga remedio a su situación de desamparo.
La adopción queda así en nuestro ordenamiento jurídico como una medida de protección de menores, y no como un recurso para las familias.
Pero además, y junto con este cambio de “foco de intereses” a satisfacer con la adopción,  se ha venido dando también un proceso de “globalización” de la misma, pues si hasta hace unas décadas la adopción tenía lugar dentro de cada país de acuerdo a sus legislaciones particulares, en los últimos tiempos son las adopciones internacionales las que han tomado un auge importante.
Esto ha ocurrido como  consecuencia de múltiples factores entre los que destaca el descenso de la natalidad, la disminución del nacimiento de hijos no deseados y la mejora de los recursos de apoyo a las familias, lo que ha llevado como resultado lógico un descenso importante del número de niños susceptibles de ser adoptados dentro de los países desarrollados. Estos hechos han provocado el desarrollo de la adopción internacional en Europa, sobre todo a partir de los años 70, como una consecuencia del desequilibrio demográfico y socio-económico entre países desarrollados y no desarrollados o en serias crisis.
De esta manera, la adopción internacional, casi desconocida en España a principios de la década de los 90, se ha transformado en pocos años en una opción cada vez más generalizada de acceso a la paternidad.

2.    UN  BREVE ACERCAMIENTO CUANTITATIVO.

Son ya más de 43.000 los niños de origen extranjero que forman parte de familias españolas gracias a la adopción internacional. Las familias que han hecho hijos a estos menores, procedentes de sistemas de protección extranjeros, tienen como antecedentes en la inmensa mayoría de los casos una imposibilidad biológica para procrear, hablamos del 80% de los casos. Aunque son cada vez más las familias que ven en la adopción un “opción” más para tener hijos o ampliar la familia.
En la mayoría de los casos son parejas (85%) con una edad media al comienzo del proceso de alrededor de 40 años y sin hijos previos.

3.    LA ADOPCIÓN INTERROGA A LA FAMILIA.
            En este contexto la Adopción se ha venido revelando para los profesionales que trabajan en ella, como un ámbito privilegiado de cara a  investigar e interrogarse por el sentido, el fundamento y la función de la familia.  En especial sobre los fundamentos de las relaciones paterno-filiales así como el lugar de los hijos en la familia y la  sociedad actual.
           Tal y como dijimos más arriba, en estas dos últimas  décadas hemos asistido a un verdadero “boom” de la adopción internacional dentro de nuestro contexto. Esta nueva forma de convertirse en familia ha supuesto unos retos importantes para los profesionales  que trabajamos en la administración  en las áreas de menor y familia ya que nos ha obligado a resolver provisionalmente determinados interrogantes. Dos de ellos servirán de guía a nuestra intervención:
·           ¿Qué características, capacidades y disposiciones son las más idóneas para llegar a convertirse en padres de un menor fruto del abandono y el maltrato? Pregunta que nos llevara a hablar de la evaluación-valoración de las familias.
·           ¿Qué aspectos de los mencionados anteriormente jugarán un papel determinante en la construcción posterior de las relaciones entre padres e  hijos adoptivos? Pregunta que nos llevará a hablar del seguimiento tras la adopción.
            3.1 LA EVALUACIÓN-VALORACIÓN DE LAS FAMILIAS.
Los modelos que se han ido desarrollando para la valoración de la idoneidad en adopción internacional están sujetos a determinadas concepciones sobre lo que se entiende por “familia adecuada”.  
            Refiriéndonos al concepto de idoneidad desde el marco legislativo de donde nace, “idoneidad” se asimilaría a “familia”, en el sentido de que lo que se busca en la adopción es una familia adecuada para un menor que no la tiene.
            Desde esta perspectiva, los solicitantes que hacen un ofrecimiento para la adopción serían aptos en la medida de que fueran capaces de cumplir las funciones propias de la familia, es decir: proteger, educar y socializar a un niño. La idoneidad, así entendida,  consistiría en la aptitud necesaria para ejercer todas estas funciones de manera eficaz, lo cual exige contar con una serie de capacidades y circunstancias psicológicas y sociales, que permitan satisfacer las necesidades del menor hasta su acceso a la plena independencia.
            Nos interesa señalar en este punto el cada vez más constatado fracaso del poder de predicción de los modelos de evaluación basado en características de los solicitantes. Son modelos que asimilan la idoneidad a determinadas características personales de los solicitantes (edad, tipología de la familia…etc.) ya que hasta el momento y a pesar de los intentos por mejorar los procesos de valoración psico-social, no se han llegado a identificar patrones o perfiles del buen padre o madre (Palacios 2007). Es necesario que se siga investigando sobre aquellas variables que pueden ser factores de riesgo para la adopción o, por el contrario, elementos facilitadores del éxito del proceso adoptivo así como sobre las herramientas técnicas para detectarlas.
            En este contexto han nacido en los últimos cinco años dos modelos de evaluación de la idoneidad que se desmarcan de la mera evaluación y posterior  valoración de las características de los solicitantes
            1) Modelo de  evaluación de la idoneidad en  adopción  basado en el análisis de necesidades y capacidades (Palacios 2007). El modelo plantea que  si las necesidades infantiles son el eje  de nuestro interés de cara a la adopción, las capacidades que interesa conocer  en los potenciales adoptantes serán el conjunto de características y habilidades de los adultos que se consideran más adecuadas para responder satisfactoriamente a las necesidades infantiles previamente identificadas. Se entiende que los niños que son dados en adopción han pasado por circunstancias difíciles y que vienen generalmente con unas necesidades específicas, las cuales los padres adoptivos han de  satisfacer  adecuadamente,  respondiendo a las demandas de la situación en función de sus capacidades.   
            Hablamos de las tareas específicas que en el ámbito de las funciones educadora, cuidadora y socializadora deberán enfrentar las parejas y/o los solicitantes más allá de un  perfil descrito por unas características.
            2) Modelo de evaluación de la idoneidad en adopción basado en el análisis de la disposición actual de la familia a incorporar, a un menor concretizado en un ofrecimiento (Casalilla, Bermejo y Romero 2006)         
            En este modelo se analiza el proyecto adoptivo que presenta la familia en el momento de su demanda ante la institución, valorándose la adecuación de su ofrecimiento concreto, motivaciones-expectativas, aptitudes y actitudes.
             Esta forma de enfrentar la idoneidad centra su foco de valoración en la adecuación del “producto” proyecto adoptivo que trae la familia actualmente, quedando las características y los perfiles del lado de las disposiciones normativas.
            El capítulo capacidades no ocupa un lugar central, aunque sí es uno de sus fundamentales, pero añade la necesaria disposición a ejercerlas oportunamente dentro del proyecto que la familia  presenta en el momento de la demanda.
            Por ello, que una familia o solicitante individual sean idóneos exige, una serie de aptitudes, una disposición especial en forma de motivaciones, actitudes y expectativas hacia el menor que desea adoptar. 
            En este caso, entraríamos en una concepción dinámica y relacional de la idoneidad, pues dependiendo de las características del menor que se va a incorporar, serán distintas las características y funciones familiares que tendrán que ser puestas en juego para proporcionarle un desarrollo e integración adecuados.
            Así,  en la evaluación de la idoneidad se tiende a evaluar más determinadas capacidades y disposiciones  de las familias  que su adecuación a un perfil o tipo característico.   
            3.2  EL SEGUIMIENTO TRAS LA ADOPCIÓN.
            La segunda tarea a la que nos vemos abocados desde la institución es  detectar e intervenir en las problemáticas que aparecen en las familias adoptivas ya constituidas legamente,  cuando ejercen sus funciones.
             En este punto dirigiremos nuestra atención a los casos más graves, en los cuales la conflictiva familiar desemboca en el abandono del menor previamente adoptado.  
            Las investigaciones que han dirigido su mirada a este fenómeno  muestran a nivel cuantitativo, datos que van desde una tasa del 1´5 % al 10% de abandonos según las muestras y entornos elegidos para investigar (Berástegui 2005). No obstante en esta comunicación nos ocuparemos de las narrativas de las familias que en nuestro servicio pasan por esta circunstancia, lo que nos permitirá  reflexionar conjuntamente sobre dos  aspectos importantes:
  • ¿Cómo saber que procesos operan desde el punto de vista de los adultos en el momento del comienzo de la convivencia  que dificultan su capacidad para erigirse en figuras de referencias estables y seguras, capaces de sostener su crecimiento?   
  • La importancia del sentimiento de pertenencia mutua, filiación.  De cómo esta necesidad de pertenecer (ser filiado por esas personas que no le engendraron) puede entrar en conflicto con la necesidad de apego seguro, representada hasta el momento, por los padres adoptivos.
            En primer lugar dirigiremos nuestra mirada a las crisis en la incorporación inicial que desembocan en la ruptura de la convivencia incluso antes de la propia constitución del vínculo.
            En segundo lugar orientaremos nuestra atención a las crisis más tardías cuando el menor llega a la pre-adolescencia o a la adolescencia y la convivencia se torna imposible.    
    En el primer caso nos estamos refiriendo a las situaciones que han desembocado en  el abandono del menor antes de cumplido el primer año de convivencia. Estos casos se presentan en los servicios de protección  con manifestaciones, que salvando la singularidad de cada caso,  presentan similitudes que pueden ayudarnos a pensar algunos aspectos de la filiación adoptiva.                
         Desde la perspectiva de las familias, el problema detonante  aparece  la queja de que el menor presenta una conducta problemática que compromete muy seriamente el funcionamiento familiar. Las quejas más habituales hacen referencia a conductas agresivas y/o sexuales inapropiadas. El niño se muestra especialmente violento con sus padres y hermanos cuando no consigue lo que quiere o ante las más ”mínima” frustración, con frecuencia es el hijo preexistente  al que se quiere proteger, pues queda comprometida seriamente su educación e incluso corre peligro físico, peligro físico del que no son ajenos los padres.       
            Así las conductas inadecuadas: agresividad, desobediencia, robos, indisciplina…etc. son descritas como “incontrolables”. Sin embargo esa conducta no concierne a la familia, no tiene nada que ver con lo actual de las relaciones establecidas. La problemática es atribuida a procesos traumáticos y aprendizajes de su anterior vida, de su anterior situación, es una herencia patológica, nada tiene que ver con la relación actual establecida con el niño. Algo muy patológico y extraño se ha introducido en sus vidas…la única solución en estos casos es la renuncia, el abandono de ese hijo.
          El diagnóstico más frecuente que desde los sistemas de atención se da en estos casos es el de hiperactividad, trastorno de personalidad.
         La explicación que da la familia, es reduccionista; el menor padecía y padece unos trastornos conductuales que no pueden ser abordados, estos ponen en peligro la estabilidad de la familia, y la convivencia se torna imposible. Esta lectura de los hechos es avalada en muchas ocasiones por profesionales de la psicología y la psiquiatría a través del diagnóstico el cual se convierte en explicación de lo que ocurre.
            Sin  descartar el peso que la historia , los trastornos y  dificultades que el niño con una historia de desamparo puede  padecer, y que sin duda hay que tener en cuenta a la hora de integrarlo en las familias, es necesario tener también en cuenta:  el marco relacional que el niño se encuentra en la actualidad (el cual viene proporcionado fundamentalmente por las relaciones actuales establecidas), el trauma que supone en sí el hecho de la adopción (al margen de la historia y origen del niño), lo que la familia espera de él y si esta familia es capaz de establecer un relación actual con ese niño singular y concreto que supone una renuncia a ese niño que imaginó.

            La capacidad para hacer ese tránsito entre el niño que se espera, y lo que se espera de él, al niño real que llega, con sus demandas concretas y sus peculiaridades por historia y origen, así como la relación actual que establezcamos, va a ser clave a la hora de que la integración tenga éxito o no.
            En los casos más graves, vemos que los padres no han podido fundar una relación en ese encontrarse con lo extraño que no esperan, requisito imprescindible para establecer una relación, crear un vínculo con otro radicalmente distinto y no con la imagen interna idealizada que se tiene del niño antes de llegar.
            Vemos que el proyecto de adopción de la familia, reservaba un espacio muy estrecho al niño por venir. Descubrimos en ese momento que le pedimos que sea el compañero ideal de juegos, compañía de nuestro hijo único, la niña ideal frente a los demás hijos varones, el niño que nos hace olvidar que tenemos problemas de fertilidad…etc.
            Pero difícilmente el niño que vendrá y que reclama como cualquier otro ser humano, un lugar en el mundo, un espacio de pertenencia, una familia con la que sentirse identificado y que le identifique, que respete su origen e historia singulares,  encajará en proyectos tan estrechos y cosificantes, donde las expectativas se convierten en guiones no negociables, en mandatos a cumplir.
            Tentativamente podemos avanzar algunas de las causas que aparecen, entre las cuales podríamos destacar: La rigidez de las expectativas de relación y el extrañamiento de la conducta del hijo por atribución (en exclusiva) al pasado de los aspectos negativos que aparecen en la relación y sobre todo ausencia de preguntas sobre las condiciones actuales de la relación.
            En casos de rupturas tardías, asistimos, bien es verdad  que cada  vez con menos sorpresa, a que el menor que ha venido creciendo  con relativa normalidad en el seno de su nueva familia, casi desde la cuna, empieza a presentar problemáticas de rebeldía extrema, conducta antisociales, robos, vinculación con grupos marginales…etc. Conductas que se tornan incontrolables por parte de los padres, deterioran la relación y acaban con el niño/a en el sistema de protección.
           La posición de los padres en parecida a la descrita en los primeros casos. Sin embargo aquí vemos que los padres sí han podido cuidar, proteger y asumir los retos de la paternidad “hasta cierta edad”. Sin embargo esto no ha sido suficiente como para construir un vínculo lo suficientemente sólido como para soportar el tránsito de niño a adulto, así como los requerimientos de una incorporación social más amplia y compleja que cuestiona su manera singular de estar en el mundo.
      En estos casos sí contamos con la “versión” de los chicos, muchos de ellos nos relatan desde su punto de vista como se han sentido siempre “ajenos” a su nueva familia. Una familia que les ha cuestionado cuando han elegido pareja o profesión “muy por debajo de lo que sus padres esperaban”. Que han podido percibir la vergüenza en la actitud de sus padres cuando otros señalaban su condición de adoptivos y/o su diferencia étnica.  Padres que han sido incapaces de sostener sus angustias, dudas, miedos y preocupaciones en relación a su historia y vínculos pasados. Son chicos que dicen haber encontrado en otros la aceptación y la comprensión  que nunca encontraron en sus familias.
      Muchos adolescentes encuentran esa sensación de valoración, aceptación y pertenencia fuera de la familia, lo que es fuente de muchos desencuentros. 
         Esta casuística pone en primer plano que el  vínculo paterno filial no sólo implica que los nuevos padres sean capaces de convertirse  en una figura segura y confiable que sea capaz de cuidar y educar, sino que además y esto es adoptar en último término,  filiemos a ese hijo de otros,  que le hagamos de nuestra familia, que surja ese sentimiento de pertenencia mutua. 
     Además de cuidar, proteger y educar, la adopción supone que filiemos a ese hijo  de otros, que sea “uno de los nuestros”.  Pues llevará los apellidos de su nueva familiar, lo que implica que será su representante  frente a los demás.
            Más allá del apego y del trato adecuado, en la Adopción no así en otras figuras de protección,  se tiene que dar en el niño un sentimiento de pertenencia  que hará hijo al menor que en su día fue asignado.
            Es por lo que  no podemos dejar de mencionar esta  dimensión que es determinante en el proceso de incorporación a la familia adoptiva y que trasciende a las vicisitudes de la incorporación inicial; el  sentimiento de pertenencia, ya que con respecto a la adopción se viene insistiendo profusamente en aspectos de vínculo-apego, buen trato,  manejo eficaz de la conducta, dejando de lado un aspecto que es quizá el “más humano”. 
            Es importante tener en cuenta que a medida que el niño crece y su círculo social se amplía  esta dimensión  cobrará más importancia, pues sus  relaciones y contactos se harán más complejos y le permitirá identificarse, como hijo nuestro, en su condición de adoptivo,  frente a los demás.
            Para el niño, como para cualquier persona;  pertenecer, tener una identidad, un ser,  un lugar en el mundo, puede llegar a ser, en un momento de su ciclo evolutivo  más  relevante que ser “bien cuidado”.
            Estos casos de abandonos tardíos ponen de manifiesto el cómo se hace necesario contemplar los procesos de interacción compleja entre las necesidades de apego de  los menores y las necesidades de aceptación y pertenencia a lo largo del ciclo vital de la familia adoptiva.
             Las dificultades de las familias adoptivas para conjugar estas dos necesidades de los hijos quizá radiquen en la dificultad   para asumir que la condición adoptiva forma parte intrínseca del vínculo con sus hijos y comprometen seriamente sus capacidades para   acompañar a  sus hijos, desde su incorporación hasta la vida adulta, a descifrar cual es su significado,  pues todo lo que viene de atrás, de su historia, de su familia biológica es vivido como algo dañino y ajeno.
  1. CONCLUSIONES.
            El trabajo en adopción nos hace pensar, gracias al estudio de la “adecuación” de las familias, y de la observación de determinados procesos en los momentos claves de su constitución,  en la necesidad de contemplar el cuidado y atención por parte de la familia adoptiva, como un concepto complejo, del que hay que diferenciar diversos factores, los cuales por otro parte no parecen ligados a determinados perfiles o prototipos familiares.
             


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