sábado, 5 de mayo de 2012

DEVOLUCIÓN DE MENORES EN ADOPCIÓN


Juan Alonso Casalilla Galán. Psicólogo especialista en Adopción.

 
Una palabra, reflejo de una actitud.
 
 
Todavía seguimos contemplando con horror la utilización del término "devolución" para referirse al abandono de niños cuando éstos se han convertido en hijos por la vía de la Adopción.
 
Más allá de denunciar algo que es obvio: sólo se devuelven objetos adquiridos y no personas con las que nos une una filiación, la profusa utilización del término en la prensa, sin el escándalo oportuno que correspondería, debe invitarnos a pensar el hecho de que quizás refleje una actitud arraigada en nuestra sociedad donde el vínculo adoptivo se pone en cuestión.
 
Imaginemos que aparecieran titulares del tipo: "Cada vez son más los hijos que devuelven a sus padres a los servicios de atención al mayor"..."Cada vez son más las mujeres que devuelven a sus maridos a sus familias de origen...". Evidentemente nos parece grotesco.
 
Es tremendamente negativo para las familias que han adoptado   tener que leer este tipo de titulares, los cuales cosifican al niño adoptado y contribuyen negativamente a generar una actitud confundida y perniciosa en relación a la paternidad adoptiva.
 
Cuando los padres dejan de ejercer las responsabilidades parentales de manera intencionada, abandonan no devuelven.

No obstante y señalado lo inadecuado de la palabra dirigiremos nuestra atención a los casos más graves, en los cuales la conflictiva familiar desemboca en el abandono del menor previamente adoptado.

Las investigaciones que han dirigido su mirada a este fenómeno  muestran a nivel cuantitativo, datos que van desde una tasa del 1´5 % al 10% de abandonos según las muestras y entornos elegidos para investigar (Berástegui 2005). No obstante en esta comunicación nos ocuparemos de las narrativas de las familias que en nuestro servicio pasan por esta circunstancia, lo que nos permitirá reflexionar conjuntamente sobre dos aspectos importantes:
 
  • ¿Cómo saber que procesos operan desde el punto de vista de los adultos en el momento del comienzo de la convivencia que dificultan su capacidad para erigirse en figuras de referencias estables y seguras, capaces de sostener su crecimiento?
  • La importancia del sentimiento de pertenencia mutua, filiación. De cómo esta necesidad de pertenecer (ser filiado por esas personas que no le engendraron) puede entrar en conflicto con la necesidad de apego seguro, representada hasta el momento, por los padres adoptivos.
En primer lugar dirigiremos nuestra mirada a las crisis en la incorporación inicial que desembocan en la ruptura de la convivencia incluso antes de la propia constitución del vínculo.
En segundo lugar orientaremos nuestra atención a las crisis más tardías cuando el menor llega a la pre-adolescencia o a la adolescencia y la convivencia se torna imposible.    
En el primer caso nos estamos refiriendo a las situaciones que han desembocado en el abandono del menor antes de cumplido el primer año de convivencia. Estos casos se presentan en los servicios de protección con manifestaciones, que salvando la singularidad de cada caso, presentan similitudes que pueden ayudarnos a pensar algunos aspectos de la filiación adoptiva.
 
Desde la perspectiva de las familias, el problema detonante aparece la queja de que el menor presenta una conducta problemática que compromete muy seriamente el funcionamiento familiar. Las quejas más habituales hacen referencia a conductas agresivas y/o sexuales inapropiadas. El niño se muestra especialmente violento con sus padres y hermanos cuando no consigue lo que quiere o ante las más ”mínima” frustración, con frecuencia es el hijo preexistente al que se quiere proteger, pues queda comprometida seriamente su educación e incluso corre peligro físico, peligro físico del que no son ajenos los padres.
 
Así las conductas inadecuadas: agresividad, desobediencia, robos, indisciplina…etc. son descritas como “incontrolables”. Sin embargo esa conducta no concierne a la familia, no tiene nada que ver con lo actual de las relaciones establecidas. La problemática es atribuida a procesos traumáticos y aprendizajes de su anterior vida, de su anterior situación, es una herencia patológica, nada tiene que ver con la relación actual establecida con el niño. Algo muy patológico y extraño se ha introducido en sus vidas…la única solución en estos casos es la renuncia, el abandono de ese hijo.
 
El diagnóstico más frecuente que desde los sistemas de atención se da en estos casos es el de hiperactividad, trastorno de personalidad.
 
La explicación que da la familia, es reduccionista; el menor padecía y padece unos trastornos conductuales que no pueden ser abordados, estos ponen en peligro la estabilidad de la familia, y la convivencia se torna imposible. Esta lectura de los hechos es avalada en muchas ocasiones por profesionales de la psicología y la psiquiatría a través del diagnóstico el cual se convierte en explicación de lo que ocurre.
 
Sin descartar el peso que la historia , los trastornos y dificultades que el niño con una historia de desamparo puede padecer, y que sin duda hay que tener en cuenta a la hora de integrarlo en las familias, es necesario tener también en cuenta: el marco relacional que el niño se encuentra en la actualidad (el cual viene proporcionado fundamentalmente por las relaciones actuales establecidas), el trauma que supone en sí el hecho de la adopción (al margen de la historia y origen del niño), lo que la familia espera de él y si esta familia es capaz de establecer un relación actual con ese niño singular y concreto que supone una renuncia a ese niño que imaginó.
 
La capacidad para hacer ese tránsito entre el niño que se espera, y lo que se espera de él, al niño real que llega, con sus demandas concretas y sus peculiaridades por historia y origen, así como la relación actual que establezcamos, va a ser clave a la hora de que la integración tenga éxito o no.
 
En los casos más graves, vemos que los padres no han podido fundar una relación en ese encontrarse con lo extraño que no esperan, requisito imprescindible para establecer una relación, crear un vínculo con otro radicalmente distinto y no con la imagen interna idealizada que se tiene del niño antes de llegar.
 
Vemos que el proyecto de adopción de la familia, reservaba un espacio muy estrecho al niño por venir. Descubrimos en ese momento que le pedimos que sea el compañero ideal de juegos, compañía de nuestro hijo único, la niña ideal frente a los demás hijos varones, el niño que nos hace olvidar que tenemos problemas de fertilidad…etc.
 
Pero difícilmente el niño que vendrá y que reclama como cualquier otro ser humano, un lugar en el mundo, un espacio de pertenencia, una familia con la que sentirse identificado y que le identifique, que respete su origen e historia singulares, encajará en proyectos tan estrechos y cosificantes, donde las expectativas se convierten en guiones no negociables, en mandatos a cumplir.
 
Tentativamente podemos avanzar algunas de las causas que aparecen, entre las cuales podríamos destacar: La rigidez de las expectativas de relación y el extrañamiento de la conducta del hijo por atribución (en exclusiva) al pasado de los aspectos negativos que aparecen en la relación y sobre todo ausencia de preguntas sobre las condiciones actuales de la relación.
 
En casos de rupturas tardías, asistimos, bien es verdad que cada vez con menos sorpresa, a que el menor que ha venido creciendo con relativa normalidad en el seno de su nueva familia, casi desde la cuna, empieza a presentar problemáticas de rebeldía extrema, conducta antisociales, robos, vinculación con grupos marginales…etc. Conductas que se tornan incontrolables por parte de los padres, deterioran la relación y acaban con el niño/a en el sistema de protección.
 
La posición de los padres en parecida a la descrita en los primeros casos. Sin embargo aquí vemos que los padres sí han podido cuidar, proteger y asumir los retos de la paternidad “hasta cierta edad”. Sin embargo esto no ha sido suficiente como para construir un vínculo lo suficientemente sólido como para soportar el tránsito de niño a adulto, así como los requerimientos de una incorporación social más amplia y compleja que cuestiona su manera singular de estar en el mundo.
En estos casos sí contamos con la “versión” de los chicos, muchos de ellos nos relatan desde su punto de vista como se han sentido siempre “ajenos” a su nueva familia. Una familia que les ha cuestionado cuando han elegido pareja o profesión “muy por debajo de lo que sus padres esperaban”. Que han podido percibir la vergüenza en la actitud de sus padres cuando otros señalaban su condición de adoptivos y/o su diferencia étnica. Padres que han sido incapaces de sostener sus angustias, dudas, miedos y preocupaciones en relación a su historia y vínculos pasados. Son chicos que dicen haber encontrado en otros la aceptación y la comprensión que nunca encontraron en sus familias.
Muchos adolescentes encuentran esa sensación de valoración, aceptación y pertenencia fuera de la familia, lo que es fuente de muchos desencuentros.
Esta casuística pone en primer plano que el vínculo paterno filial no sólo implica que los nuevos padres sean capaces de convertirse en una figura segura y confiable que sea capaz de cuidar y educar, sino que además y esto es adoptar en último término, filiemos a ese hijo de otros, que le hagamos de nuestra familia, que surja ese sentimiento de pertenencia mutua.
Además de cuidar, proteger y educar, la adopción supone que filiemos a ese hijo de otros, que sea “uno de los nuestros”. Pues llevará los apellidos de su nueva familiar, lo que implica que será su representante frente a los demás.
Más allá del apego y del trato adecuado, en la Adopción no así en otras figuras de protección, se tiene que dar en el niño un sentimiento de pertenencia que hará hijo al menor que en su día fue asignado.
Es por lo que no podemos dejar de mencionar esta dimensión que es determinante en el proceso de incorporación a la familia adoptiva y que trasciende a las vicisitudes de la incorporación inicial; el sentimiento de pertenencia, ya que con respecto a la adopción se viene insistiendo profusamente en aspectos de vínculo-apego, buen trato, manejo eficaz de la conducta, dejando de lado un aspecto que es quizá el “más humano”.
Es importante tener en cuenta que a medida que el niño crece y su círculo social se amplía esta dimensión cobrará más importancia, pues sus relaciones y contactos se harán más complejos y le permitirá identificarse, como hijo nuestro, en su condición de adoptivo, frente a los demás.
Para el niño, como para cualquier persona; pertenecer, tener una identidad, un ser, un lugar en el mundo, puede llegar a ser, en un momento de su ciclo evolutivo más relevante que ser “bien cuidado”.
Estos casos de abandonos tardíos ponen de manifiesto el cómo se hace necesario contemplar los procesos de interacción compleja entre las necesidades de apego de los menores y las necesidades de aceptación y pertenencia a lo largo del ciclo vital de la familia adoptiva.
Las dificultades de las familias adoptivas para conjugar estas dos necesidades de los hijos quizá radiquen en la dificultad para asumir que la condición adoptiva forma parte intrínseca del vínculo con sus hijos y comprometen seriamente sus capacidades para acompañar a sus hijos, desde su incorporación hasta la vida adulta, a descifrar cual es su significado, pues todo lo que viene de atrás, de su historia, de su familia biológica es vivido como algo dañino y ajeno.

2 comentarios:

  1. Las futuras familias adoptivas sobretodo los padres primerizos piensan que la paternidad es sumamente fácil, y que mientras sean grandecitos se portarán mejor, pero no va en que los peques se porten bien o no, va en que son niños y que mientras más desordenados, más intranquilos y más juguetones crecerán felices de expresarse, erróneo es pensar que tu futuro hijo o hija llegara y se portara tal cual tu quieras!!! mientras hagas la espera debes prepararte para enfrentar los desacuerdos que tendrán hasta que puedan ponerse de acuerdo, turnar la crianza entre tu marido y tu para a veces tomar un respiro, porque ser padre o madre no es fácil, es terriblemente difícil, pero si muy gratificante, cuando te sonríen, olvidaras todo lo que rabias y todo lo que gritas, porque siii gritaras sobretodo cuando no te hagan caso, pero eso es ser padre y madre, es contener a tu hijo o hija cuando lo necesiten y te necesitaran muchoooo, más de lo que crees, y es por eso que debes ser fuerte para ellos, importante tener paciencia y cuando ya creas que no la tienes, parate, respira, entra al baño sola, grita en una almohada, pero jamás demuestres eso porque ellos se alimentan de tu fortaleza, abrázalos, bésalos, crecen demasiado rápido...diles lo mucho que los amas mil veces al día no son suficientes...lo peor que pueden hacer es rendirse...una vez que adoptas ya es tu hijo o hija, nunca olvides eso...

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  2. Es posible que peque de ignorante, pero el sentimiento de pertenencia también ha de darse al menos en la acogidas y en esa figura que en Andalucía llaman 'familia colaboradora'. Lo que no se debe dar es el sentimiento de exclusividad, pero creo que ni en la adopción.

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